domingo, 3 de febrero de 2013

Nunca he sabido jugar a este juego, siempre acaba siendo cosa mía.

De como se echa a llorar una a las cinco y media de la mañana cuando nada debería haber pasado.

Y el suelo de piedra ojalá estuviera igual de frío que tu corazón.

De como nadie debería encargarse de ti porque no vales para esto.

De que quizás llorar ahora no sirve de nada y échate a dormir, pseudoprincesa, que escondida detrás de un banco no se consigue nada.

De "no te encargues de él, no quiero hacerle daño, más daño".

Y las lágrimas están tan calientes y mis pies tan fríos.

De que dejes de doler, guapa, que tú y yo sabemos que no eres tan agradable.

Que dejes de temblar, te digo. Es solo el invierno y no otro escalofrío.

Quizás las campanadas marcan otro ojalá que no pudo ser, y otro ojalá no, que tampoco.

Que siempre serás de esas que saben que llorar a estas horas sí tiene sentido. Y que hay una hora en la que bailar en plena calle no está mal visto porque nadie te ve.

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