No me dejéis pensar en fuego. Sacad el naranja de mi cabeza y el azul, y los suspiros que lo avivan en forma de huracanes.
Hacedme olvidar el agua hirviendo como sudor sobre la piel, y el crepitar de una espalda estirándose. O de alguien mordiendo.
Distraedme de las pequeñas llamas que se reproducen como caricias y son tan devastadoras cuando queman el corazón del bosque.
Prohibidme prestar atención al rojo de unas mejillas, o de unos labios. Al brillo febril de unos ojos.
Que no quiero recordar que no somos lenguas de fuego carbonizando tus sábanas.
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